La cultura digital para la construcción de nuevo conocimiento

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La cultura digital para la construcción de nuevo conocimiento

El libro 'Hacia una cultura digital orgánica', del investigador Álvaro Acevedo, tiene como objetivo comprender cómo trascienden las nuevas tecnologías en la construcción del conocimiento a pesar de la resistencia en los contextos académicos.

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Luego de varios meses de confinamiento, con el cambio de la dinámica de los procesos cotidianos, se confirma la importancia de las nuevas tecnologías para tratar de seguir el curso «normal» de la vida. Gracias a las TIC se ha podido continuar con los trabajos desde las casas (los que lo permiten) y con las clases para que los niños y jóvenes sigan en su camino de formación. ¿Pero aún así, identificando esa importancia, en realidad se optimizan los procesos con su uso?

«Las personas tienen en sus manos, en menos de 30 centímetros, más información que cualquier biblioteca nunca antes vista en el mundo. Ni la biblioteca de Alejandría tenía tanta, ni era tan rápido acceder a ella. El hecho de que los jóvenes puedan obtener cualquier información pone en jaque la dinámica tradicional de la educación», dice el antropólogo Álvaro Acevedo Merlano, refiriéndose a la investigación que hizo hace un tiempo sobre los imaginarios de la cultura digital en contextos educativos.

Su muestra fueron los estudiantes de décimo y once grado de dos colegios del Magdalena: uno en el campo y otro en la ciudad; el objetivo, lograr comprender cómo trascienden las nuevas tecnologías en la construcción del conocimiento a pesar de los contextos.

El investigador, magíster en Educación Línea Civercultura, comenta que a pesar de que los tiempos modernos traen cambios constantes, la forma de impartir la educación sigue siendo la misma: un profesor o profesora de pie frente a un grupo de estudiantes, dictándoles un discurso; una escena paradójica porque a pesar de que la tecnología es el pan de cada día, sigue habiendo una contradicción con el desarrollo de la cultura digital. «Ahora implementan el uso del proyector para pasar diapositivas o reproducir algo en clases, pero al final sigue siendo lo mismo: una persona diciendo cosas que los estudiantes tienen que memorizar», agrega Acevedo.

En el libro Hacia una cultura digital orgánica, publicado junto con Mónica Brijaldo, de la Universidad Javeriana, apoyado por una convocatoria de Colciencias, los investigadores identifican la forma como se articula la tecnología y la educación, y cómo se abre a la posibilidad para que el docente «pierda el miedo» a que los estudiantes tengan información como nunca antes.

«Hay unos profesores que se sienten amenazados por el hecho de que los estudiantes tengan información. Se pueden sentir desautorizados e, incluso, algunos prohíben el uso de celulares en clase. Están acostumbrados a que la gente no puede ser multitasking, entonces la idea es potencializar lo que una clase puede brindar usando la tecnología en términos de la red», explica Acevedo.

El antropólogo, profesor de Comunicación Social y Medios Digitales de la Universidad de la Costa, comenta que trata de que en sus clases los jóvenes propongan y usen la tecnología para hacer más fácil los procesos. «Así es más interactivo. Las redes sociales, utilizadas de una forma correcta, nos permiten tener mucho más acercamiento».

De acuerdo con su postura, el uso que se le da a la tecnología actualmente es a veces excesivo, pero eso tiene que ser capitalizado, «no satanizarlo, sino aprovecharlo».

«Todo el mundo habla de la cultura digital y pareciese que fuese solo un presupuesto dentro de los planes de gobierno, pero la gente no se ha detenido a pensar qué significa, las personas tienen un imaginario de que la cultura digital condiciona la vida contemporánea, pero, ¿será que en todos los lugares ocurre lo mismo?, en este país, que es de los más desiguales, todos tenemos acceso?».

Durante seis meses, los profesionales hicieron entrevistas, grupos focales y encuestas para establecer cómo se adopta la cultura digital dependiendo del contexto social, y determinaron que todos usan la tecnología, con diferencias de vanguardia y acceso, y que en muchas ocasiones el docente se convierte en un obstáculo para la implementación en las aulas de clase.

Así mismo, evidenciaron que aunque hay unas políticas nacionales en pro de potenciar la cultura digital, en muchos casos no están las condiciones de infraestructura aptas para su aprovechamiento.

«Hay toda la intención, pero se encuentran con colegios que no tienen luz o internet. Hay problemas relevantes que no están solucionados, y que bloquean el desarrollo. Hay veces que llegan los computadores y lo que hacen es que los guardan bajo llave para que no se los roben porque no tienen donde ponerlos, se convierten en tecnologías subutilizadas que justifican rubros, pero no benefician a los estudiantes».

Independientemente, estos jóvenes de las veredas logran conectarse con la tecnología porque en algún lugar cercano encuentran a alguien con servicio de internet, pues la cultura digital opera inclusive en ausencia de dispositivos. Es, de acuerdo con Acevedo, el hecho de adaptarse a los nuevos modelos.

«A pesar de todas esas diferencias, los chicos manejan unos códigos y pueden comunicarse sin problemas en términos de cultura digital a través de memes, Facebook, Instagram. Es un lenguaje trasversal para los «nativos digitales», genera unas posibilidades de diálogo y demuestra que las personas están vinculadas a estas nuevas dinámicas».

El libro señala que la tecnología tiene que articularse con las dinámicas locales y no al revés; y que aunque haya una negación a que la cultura tradicional pueda acceder a esas tecnologías, ya es algo inminente. «El docente debe resignificarse en su papel, debe convertirse en un guía que facilita el proceso para en conjunto construir un conocimiento mayor. Hay que evitar satanizar las cosas porque, si las negamos, nos perdemos la oportunidad de estudiarlas, comprenderlas y, por lo menos, resignificarlas».

Referencia: Hacia una cultura digital orgánica

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