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Detrás de un castillo: arquitectura, historia y presente

Para muchos, este lugar se ha convertido en una especie de lienzo en blanco, donde cada visitante puede darle el propósito y el significado que más r

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Para muchos, este lugar se ha convertido en una especie de lienzo en blanco, donde cada visitante puede darle el propósito y el significado que más resuene en su sentir. La historia que alguna vez estuvo grabada en sus piedras parece haber quedado atrapada en el olvido, eclipsada por las nuevas experiencias que se tejen en su entorno.

El aspecto colonial es característico por su antigua función de fuerte aduanero. Se percibe borgoña en cada uno de ladrillos que aún quedan en la parte trasera del lugar, situados en perfecta armonía. También, cada ventana que resiste el paso del tiempo es custodiada por

Foto tomada por: Alejandra Artavia, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa

rejas de madera que nos transportan al pasado. Es una estructura que se emerge como un fuerte o como una batería defensiva que ha enfrentado más de dos siglos de vicisitudes y secretos enterrados en sus cimientos, en sus caminos y terrazas abiertas.

Hoy en día El Castillo de Salgar se ha transformado en un refugio acogedor para el turismo, un lugar donde se recrean momentos de diversa índole. Aquí, la historia del pasado se mezcla con el presente, dando paso a encuentros de amigos, picnics familiares y románticas pedidas de mano que culminan en matrimonios concretados entre sus muros históricos.

En la aventura de buscar y descubrir los secretos ocultos de este enigmático lugar, nos encontramos con el Sr. Helkin Núñez Cabarcas, un historiador con profundo conocimiento de Puerto Colombia y Sabanilla. Además, es fundamental en la Aduana de Barranquilla, donde se encarga del archivo histórico. Allí, en ese santuario del pasado, sentado en una silla de casi un metro de altura, un escritorio del largo de una mesa de billar y acompañado de libros, plantillas, revistas con protocolos Helkin nos recibió con una sonrisa amable que contrastaba con la solemnidad del lugar. Mientras varios estudiantes de diversas universidades se sumergían a detallar los periódicos amarillentos de las décadas de los 70 y 90, con especial interés en las editoriales de «El Tiempo» y «El Heraldo» él nos compartía su conocimiento.

Con voz apenas perceptible, como si temiera perturbar el tiempo que yacía en aquellas páginas amarillentas, iniciamos nuestra conversación con una pregunta sencilla pero cargada de complejidad.

  • ¿Conoce la verdadera historia del Castillo de Salgar?

Sentado, con un brazo puesto sobre la mesa y el otro postrado en su barbilla, se quedó pensando en la respuesta que posiblemente nos podía dar, pero más que eso, vimos una sonrisa picarona al percibir el eco de nuestra curiosidad. Se levantó con un brillo de orgullo en los ojos y un entusiasmo apenas contenido, estaba emocionado por compartir sus conocimientos sobre este lugar misterioso y respondió:

  • «Verán, las raíces de este imponente edificio se hunden en el siglo XVIII, cuando la Corona Española erigió el Fuerte de Santa Bárbara en la costa de la ensenada de Sabanilla».

Sus palabras fluían con la autoridad de un narrador de cuentos antiguos.

  • «Su propósito era claro: controlar el tráfico del contrabando en una región estratégica, cercana a la desembocadura del Río Magdalena».

Con cada palabra que Helkin nos compartía, el pasado cobraba vida ante nuestros ojos. Nuestra imaginación nos transportaba a una época en la que este rincón remoto se convirtió en un próspero puerto clandestino, donde las embarcaciones se deslizaban hábilmente por astutas rutas, como el famoso Canal de la Piña y el Río Magdalena para llevar a cabo los ilícitos intercambios comerciales. Fue un capítulo olvidado de la historia, rescatado por la voz apasionada de nuestra guía temporal.

El escritorio de espera de la oficina de archivo histórico de la Aduana donde nos hallábamos poco a poco se convertía en un cómplice de las historias, Helkin nos dio un dato especial y poco difundido, una joya de conocimiento que rara vez se encuentra en internet y que, por supuesto, nos dejó asombrados:

  • “A medida que estas actividades ilícitas se multiplicaban en la región, El Castillo de Salgar, también conocido como Fuerte de Santa Bárbara o San Antonio, se convirtió en la imperante necesidad de establecerlo como la primera Aduana de Colombia, un hito que marcó el año 1848”.

Sin la menor vacilación, Helkin respaldó su respuesta anterior con un razonamiento sólido y apasionado.

  • “Este proceso de construcción se convirtió en un verdadero hito nacional, una travesía que contó con el respaldo financiero del entonces presidente, Don Tomás Cipriano de Mosquera y la destacada figura del banquero Esteban Márquez. Fue una colaboración que desbordó las fronteras de lo local y lo regional para inscribirse en los anales de la historia colombiana”.

Foto tomada por: José Fernández, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa.

Sin cita previa ni reserva, nos encontrábamos en medio de la sala de atención. La espera de otros estudiantes que buscaban los servicios de Helkin se hacía más latente, era hora pico de un jueves por la mañana.

El archivo histórico contaba con siete hileras de estantes gigantes y el Sr. Helkin se encontraba buscando en una de ellas, el tamaño de los libros fue algo que impresionaba, limitaban los 40 centímetros de ancho y largo, al verlo ocupado nos sumergimos en la lectura de una cartilla sobre el castillo que él gentilmente nos recomendó:

Una vez más, llegamos a una parte de la historia que narraba el abandono del lugar. En ese momento, recordamos las palabras del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince que, en 2006, tituló uno de sus libros de manera que podría haber enmarcado el primer y no el único período de descuido del castillo: “El olvido que seremos”. Treinta años después, en 1876, las funciones aduaneras se trasladaron a Barranquilla, el lugar desde donde el Sr. Helkin nos comparte hoy sus anécdotas. El castillo quedó abandonado, sumido en un sueño de 60 años, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse en sus muros. La historia aún estaba lejos de terminar: en la década de 1940, la Universidad del Atlántico, liderada por el filósofo Julio Enrique Blanco, tomó la iniciativa de restaurar el lugar y convertirlo en la facultad de bellas artes de la Universidad del Atlántico.

Un cuerpo de agua

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Foto tomada por: Alejandra Artavia, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa.

Sin embargo, este lugar está inmerso en el velo del misterio y la leyenda. Cuentan los relatos que, en las noches el castillo no está tan desamparado como parece y que la novia de Puerto Colombia emerge entre las sombras de las calles del corregimiento. Pero no está de más preguntarle a él. Tras una pausa breve pero significativa, Helkin retomó su posición detrás del escritorio, listo para responder, en su rostro se dibujaba una sonrisa inocente, tal cual a la de un niño. Se acomoda y se prepara para la siguiente pregunta, como si se tratara de un concurso de cultura general, donde el premio era la oportunidad de compartir la historia y asegurarse de que perdurara en la memoria de todos los presentes.

  • “¿Qué tan cierto es la historia de la novia de Puerto Colombia?”

Helkin se ríe, pero a la vez se preocupa, porque asegura que la ha visto más de cinco veces, pues él reside en Puerto Colombia.

  • “Esta leyenda tiene raíces reales, respaldada por testimonios vivenciales que han sido transmitidos de generación en generación, más de 15 muertes se han atribuido a las apariciones de este ‘fantasma’, especialmente en la zona que comprende desde la actual Clínica Porto Azul hasta la Universidad del Atlántico».
Una roca en el mar

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Foto tomada por: José Fernández, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa.

Además, susurran las historias que las olas que acarician las playas de Puerto Colombia traen consigo los sonidos sigilosos de los motores de los barcos. Como también que el castillo no tenía solo guardianes en forma de hombres, debajo de toda la infraestructura se esconde un mero gigante, del tamaño de un barco.

  • “Ese animal devoraba todo lo que encontraba en su camino, los pescadores de la zona buscaban de manera incansable el lugar, pero nunca daban con ello, son muchas las leyendas que hay en este lugar, mis abuelos y los papas de ellos tenían muchas más, sobre todo la gente que vivió en Salgar”.

Aunque algunos puedan pensar que tales relatos son meras fantasías, no se puede ignorar que este lugar requiere cuidado y atención constantes para evitar que su propósito original se desvíe hacia caminos inesperados…  o que el tiempo, ese gigante que nos devora, sea el mero que acabe con las estructuras patrimoniales de este ícono de nuestro Departamento si no cuidamos, resguardamos y custodiamos lo que es nuestro.

Hoy, mientras observamos las olas del mar acariciar sus murales de piedra, el Castillo de Salgar guarda su próximo capítulo en la historia. Una reingeniería que lo devolverá a su rol como motor de la recreación familiar, cultural y social en el gran Caribe. Sus muros, cargados de historias y usos a lo largo del tiempo, seguirán siendo testigos de los cambios en la sociedad colombiana, en un eterno baile entre pasado y presente.

Título: Foto tomada por: José Fernández, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa.

Foto tomada por: José Fernández, estudiante de C.S.M.D. de la Universidad de la Costa.

Escrito por José Fernández y María Alejandra Artavia

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