En video| Profesores y estudiantes de Arquitectura participaron en el Taller Social Latinoamericano y beneficiaron a comunidades vulnerables

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En video| Profesores y estudiantes de Arquitectura participaron en el Taller Social Latinoamericano y beneficiaron a comunidades vulnerables

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Siendo fiel al objetivo del Departamento de Arquitectura y Diseño de la Universidad de la Costa -de impulsar en 2022 un proyecto pedagógico que promueva la Arquitectura como una profesión de carácter y dimensión social- un grupo de la institución conformado por los estudiantes: Sharon Lopierre, Ladys Oliveros, Emiro Góngora y María Camila Oñoro; y las profesoras: Alexandra Fabián y Golda Rolong, participaron en el Taller Social Latinoamericano (TSL).

Según la profesora Alexandra Fabián el TSL es un evento que se lleva a cabo en comunidades vulnerables, “mediante el cual se trabaja la capacidad de resiliencia y el trabajo colaborativo, a través de propuestas que se desarrollan de manera inmediata”. Agrega que tiene como objetivo fomentar dichas competencias en los estudiantes, además de “reforzar las capacidades integrales como personas, y las teóricas que se generan en la academia y que tienen como fin ser enlazadas de forma física».

El encuentro, que en esta oportunidad congregó a profesionales, colectivos y la academia de diversos países -todos afines con el campo de la arquitectura-, se celebró en la ciudad de Manizales e incentivó a los asistentes a construir, durante dos semanas aproximadamente, obras sociales en conjunto con las comunidades.

Intervención social

Fabián señala que la participación se hizo en tres zonas: San José, Bajo Andes y Manzanares, cuyos lugares tenían ciertas peculiaridades en su territorio. En cuanto a la asignación de las zonas, aseguran que se dio por medio de un sorteo. “A Emiro y a Ladys le correspondió San José, mientras que a Sharon y a María Camila se les fue asignado Bajo Andes. En ambos se encontraron comunidades muy proactivas”.

Lopierre, de séptimo semestre de Arquitectura, explica que junto con María Camila detallaron que la topografía de Bajo Andes era “completamente diferente” a la de San José. Explica que para llegar al sitio era necesario hacer uso de motocicleta como único medio de transporte, debido a que las calles tenían numerosos escalones.

“Puedo decir que cada día bajábamos y subíamos cerca de 200 escalones. En Bajo Andes, catalogado como un asentamiento informal porque cuenta con alto riesgo de derrumbamiento, llegamos a una fundación enfocada en la recreación y formación de los niños, dirigida por un muchacho de la misma comunidad. Esta era como una gran familia que apoyaba a todas las personas del lugar sin importar la edad o el género, dedicada también a llevar a cabo actividades para la mejora del barrio y las familias. Allí, junto con María Camila, otros compañeros y talleristas, desarrollamos un bioparque”.

Estudiantes y colaboradores trabajan en conjunto con la comunidad de Bajo Andes.

Su experiencia en la actividad la califica como enriquecedora y agrega que más que una oportunidad para aprender de arquitectura o de cómo manejar diferentes herramientas y materiales, fue un encuentro para despertar aún más su parte humana, enseñándole que “si no se trabaja en equipo, no se logra nada; que se debe tener mucha tolerancia, amor y respeto”; que es necesario “comprender que todos somos distintos, que tenemos circunstancias diferentes” y “que debemos ser más agradecidos porque aquello que suele verse como mínimo, para los niños de la comunidad podría ser un dulce que alcanzan a comer una vez al mes”. 

En el caso de Emiro Góngora, que cursa quinto semestre en la facultad, el evento le significó un nuevo reto y le permitió comprender mucho más la realidad social. Asimismo, sostiene que le dio la posibilidad de ser testigo de una comunidad resiliente (San José), “que tiene una luz de esperanza” y que mantiene intacta “la alegría de vivir”. En otras palabras, indica que fue una huella que marcó su perspectiva y reavivó su sentir humano.

Ladys Oliveros, también alumna de séptimo semestre, dice que el TSL fue vital para ver la arquitectura desde el lado social. En el trabajo con la comunidad afirma que aprendió  de las personas, “de sus ganas de salir adelante, del valor de la resistencia, del sentido de pertenencia”, así como “la importancia del ahora para un futuro”. Igualmente, manifiesta que después de esta experiencia comprendió “el valor de escuchar el territorio y la importancia de las relaciones afectivas con el mismo”.

Respecto a María C. Oñoro, el encuentro le permitió como estudiante entender que como personas y futuros profesionales son ellos “herramientas que el mundo necesita para comenzar a mejorar”. Sustenta que no se requiere de grandes rascacielos o de inmensas estructuras para hacer feliz a un niño. 

“Aprendí a ver la arquitectura social como estrategia para cumplir los sueños de los demás, mientras materializamos los propios (…) Me marcó haber llegado a un espacio donde no existían títulos, sino personas que buscaban ayudar a los demás”.

El grupo designado en la comunidad de San José trabajan en el lugar de educación itinerante.

Lopierre asegura que las actividades también afianzaron su sentido de responsabilidad, pues la meta de su equipo fue crear “más que un parque, un espacio donde los niños pudieran jugar, donde las mamás conversaran, donde se interactuara con los abuelos y donde la comunidad pudiera unirse para hacer sus tradicionales sancochadas alrededor de un fogón que, gracias a los trabajos, dejó de ser informal”.

Cabe destacar que todo el trabajo hecho en Manizales le permitió a los estudiantes y a los participantes desarrollar diversas maquetas que fueron modificando en sus estructuras, y que lograron materializarlas sobre el terreno aunque el tiempo de entrega fuera poco y la replicabilidad fuera a bajo costo. En el caso de San José -manifiesta Fabián- se trabajó un lugar de educación itinerante que cuenta con una capacidad de 50 personas, mientras que en Manzanares se propició una intervención más pequeña, debido a que la comunidad “era un poco más compleja”.

Mirada desde la academia 

Para Fabián este tipo de talleres beneficia a la universidad “porque genera redes de contacto directo con la población, haciendo que entiendan el rol que cumplen las instituciones de educación superior dentro de la sociedad. En cuanto a los estudiantes señala que a ellos les quita la venda de los ojos, les saca los sesgos y los libera, puesto que se rodean de personas de otras partes del mundo como, en este caso, hondureños, costarricenses, guatemaltecos, mexicanos, ecuatorianos y peruanos. Lo anterior da paso a que los alumnos y las alumnas aprendan a medir sus conocimientos porque cada país cuenta con una metodología y una forma de enseñanza distinta. Asimismo “los lleva a perseguir otros sueños enfocados en generar cambios en la sociedad, demostrando que en la arquitectura no solo se construye monumentalmente, sino que también se edifica desde el aspecto social que suma al ser humano y que genera consciencia”.

Estudiantes y profesores en su intervención social.

Lopierre envía un mensaje a los estudiantes invitándolos a que vivan la experiencia, asistiendo sin expectativas, con la mente abierta y con ganas de ayudar, sin prejuicios y con el ánimo de aprender, puesto que es en ese ejercicio que la arquitectura se deja de apreciar como el campo que “construye en concreto y acero, para empezar a verla desde el otro lado que llena de conocimientos y de una nueva visión”.

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